«Traspasar las fronteras del Discurso y de la Escritura en «Yo el Supremo»», por Richard Astudillo Olivares, Crítica Cl., Santiago de Chile

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Richard Astudillo Olivares

publicado el 31_08_05

Entre dictados y dictadores perpetuos, las fronteras de la escritura en Yo el supremo

El Poder Absoluto tiene sus pequeños poderes
(Augusto Roa Bastos)

La novela Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos escenifica las variables sígnicas de un clásico modelo cultural latinoamericano: las dictaduras. El trayecto no solo une las hebras y correspondencias de la historia paraguaya, también problematiza el lugar y rol de la escritura luego de siglos de adoctrinamiento pedagógico iluminista. La dualidad ficción/historia es el núcleo y vértice sobre el que se construyen las múltiples interrupciones de la novela: acumulación de materiales heterogéneos, tematización del compilador como soporte subjetivo de la narración y autoreflexividad del discurso del dictador, la poética novelada. La consonancia entre la genealogía de la dictadura permanente y la autoconciencia escritural, tiene su frontera y foco en la crítica de la autoridad y sus simulaciones. El poder de acuerdo a este presupuesto tiene una fuente textual: la escritura, la letra impresa, espacio conflictivo y limítrofe en el que se inscribirían las oposiciones, discursos oficiales y contradiscursos. Consecuentemente, el texto artístico, la novela, género que "oculta una controversia entre diferentes mundos semióticos" según Lotman, pondría en crisis el sistema de autoridad y propiedad, dictatorial y autorial, propio de la letra inmovilizada que jerarquiza la comunicación con el lector: "El autor "creador" dice "mis héroes", "mis heroínas", "mis libros", que son justamente lo menos suyo, lo más ajeno que le es dado no poseer" (Roa Bastos 1, 15).

En la concepción lotmaniana del texto cultural, la oposición espacial corresponde a la expresión visible de la mecánica dicotómica de un discurso-escritura social en permanente defensa y autolegitimación frente al otro. La estructura de la dictadura eterna, tematizada en la novela a través de la intemporal y fragmentaria "circular perpetua", hace suya la máxima del fantasma de la monarquía latinoamericana, invariante o macrorelato del modelo político-administrativo. El dictador aparece como personificación de la pervivencia del deseo de la historia: "Todos sufren la calentura por ser reyes". El discurso del supremo, desde su propia teoría, compila los fragmentos de la historia "sin imitar ni reproducir lo externo". Su método confía en el criterio de su supuesta originalidad. Su discurso constituiría una creación irrepetible en el que cabrían todos los tiempos, toda la historia, en un supraidealismo imposible de neutralizar en una escritura.

El modelo cultural propio de la eterna dictadura es la oposición entre el "yo"dictatorial y el "ellos", de extendido alcance. Los extraños, los otros en el dominio territorial y discursivo son los encarcelados y expatriados que en "tierra extranjera han aprendido otras lenguas con las que arman novelerías que complotan contra su propio país". Paraguay dictatorial tiene en la guerra eterna un escudo de defensa contra los vecinos y las potencias que intentan conquistarlo. El espacio hermético tiene como correlato escritural la ficción discursiva del dictador: nadie puede acceder al imperio de sus pensamientos. El sistema cerrado, se funda en una textualidad rígida: el decreto supremo, cuyo carácter de código social se sostiene a través de su invariabilidad y repetición. En los decretos, el supremo expresa "escrituralmente" la omnipotencia performativa de sus deseos e ideas. Para completar el sistema logocentrista, el padre debe asignarle a la escritura una valoración particular.

El modelo discursivo de facto funciona bajo la ley de correspondencia entre el "yo" textual y el enunciador (el propio dictador). El supremo se manifestaría en el "yo" del decreto, "yo" del homo sapiens único y totalitario. El dictador sería la fuente no-escrita de una escritura marcada por su caída, donde escribir es sinónimo de falsear, copiar deficientemente el origen de un logos que no se puede localizar en textualidad alguna: "Dios, rey no sabe escribir pero esta ignorancia o esta incapacidad dan testimonio de su soberana independencia . . . No tiene necesidad de escribir, habla, dice, dicta y su palabra basta" (Derrida, 112). El Dios-padre-logos, siguiendo a Derrida, es quien señala el origen y fuente del saber. El ejemplo a deconstruir es el diálogo platónico que ubica al logos fuera del dominio de la escritura, una presencia que ha mutado en ausencia. La fórmula del dictador coincide con el idealismo al remarcar la inutilidad de la escritura. Patiño su secretario y discípulo le recuerda a cada momento que su pretendido idealismo debe pasar por los escritos: apuntes, cuadernos y circular, en el operativo dictado de las ideas, degradadas en letra. Según el supremo, el texto tuvo un origen mítico y en su época dorada estaba en contacto con los dioses (similar al origen de la escritura en el Fedro). La conversión del lenguaje ideal en escritura, ha sobrevivido como una labor de copista, es decir, neutralizada a través de repeticiones, imitando el origen del logos que estaría en la oralidad. Derrida señala que esta oposición, modelo cultural y de pensamiento extendido por la cultura occidental, fuente de la metafísica, la religión, la lingüística normativa, el canon literario y la pedagogía, no hace más que confirmar la preeminencia de la escritura. El padre-dictador es quien designa las propiedades de la escritura de acuerdo a sus intereses, en este caso acentuar el presunto origen mítico de su saber y poder. El padre esconde el logos, estabilizando la conciencia de que se trata de una ficción, un relato, una historia, un mito que ha devenido en "la sagrada verdad". "Desde hace más de veinte años eres mi fide-indigno secretario. No sabes secretar lo que dicto. Tuerces y retuerces mis palabras" (Roa Bastos, 157). La ausencia del logos en la escritura pretende neutralizar, el mismo acto por el que se ha generado, en otras palabras eliminar toda la vertiente textual. El origen mítico de la escritura, se empalma con la condena de la maternidad por parte del propio dictador. El supremo se construye un parto mítico, no ha nacido de mujer, negando la participación de lo femenino en la procreación. El idealismo del saber es análogo al idealismo del único sexo: "Yo he podido ser concebido sin mujer por la fuerza de mi pensamiento" (Roa Bastos, 250). La idea no-textual es una utopía a la medida de quien posee los favores de las palabras-textualidades, sosteniendo una única fuente de saber. Como es de suponer, el logos sin un padre no sería más que escritura, o más bien se mostraría en la simplicidad de la escritura que ejercita. La conciencia de textualidad es un atentado contra la autoridad y la propiedad del logos padre-dictador. La búsqueda del parricidio del saber ideal desarrolla su premisa básica. El supremo fascismo metafísico condena a la escritura a la repetición bastarda de la oralidad y también condena al discurso personalista a la letra (o el diccionario). "Escribir no significa convertir lo real en palabras sino hacer que la palabra sea real. Lo irreal sólo está en el mal uso de la palabra, en el mal uso de la escritura." (Roa Bastos, 161). El dictador esconde la mecánica textual de su poder, cualquier tentativa diversa revelaría la fuente de su hegemonía.

La ilustración mística practicada por el supremo (sigo el modelo de ilustración sistematizado por Lotman) hace que todo constructo externo, lo social, los detractores, enemigos, otras lenguas, otras costumbres, prácticas y escrituras resulten ajenas y se ubiquen al margen, en el polo descentrado, en: "Su contrapolo: la anarquía, la ruina, el desierto, que es la no-casa, la no-historia" (Roa Bastos, 293). La expresión básica de esta versión del logos es la "circular perpetua", escritura que niega la naturaleza y sociedad en conflicto y entroniza la autonomía y mentalismo de las ideas. "Lo enjaulé en un calabozo. Aprendió allí a recitar sin equivocarse desde la A a la Z, los cien mil vocablos de la Real Academia." (Roa Bastos, 96). El dictador, como el discurso platónico deconstruido por Derrida, teme a las palabras-textualidades que infectan la lengua, alteran la memoria y la historia de un pueblo. El texto que deconstruye los decretos y pone en ridículo al pretendido logos del supremo, no es otro que el pasquín que abre la novela.

En la página inicial aparece el motivo que introduce la crisis y cuestiona el absolutismo del modelo cultural-escritural logocentrista (la dictadura de las ideas). El pasquín, texto contradiscursivo que reafirma ciertos procedimientos, altera según el supremo la oposición entre lo cierto y lo incierto, viola los puntos fronterizos, frontera (textual) que "siempre pertenece exclusivamente a uno" (Lotman, 109). El mecanismo del texto vulnera la retórica del dictador, devolviendo la lógica al emisor. Los pasquineros han logrado dar con el mayor temor del dictador: teme a la escritura, teme al devenir de la letra que cambia constantemente: "Según la disposición del ánimo. Según el curso de los vientos, de los acontecimientos" (Roa Bastos, 164). El dictador sabe que la página es un espacio híbrido y fronterizo donde se "mezcla la mulatez de la tinta con la blancura de la hoja". La primera teoría que postula el supremo para explicar el potencial destructivo del pasquín es su vinculación con el rito indígena de hablar plagiando y copiando la voz de otro. Los pasquineros invaden los dominios "más secretos", anotando al margen "juicios desjuiciados". La singularidad del pasquín, más textual que antropológica, es sin lugar a dudas, la plena conciencia de la enunciación y el desplazamiento y no-correspondencia de la escritura con su referente (ausente): "Remedan mi lenguaje, mi letra, buscando infiltrarse a través de él; llegar hasta mí desde sus madrigueras. Taparme la boca con la voz que los fulminó. Recubrirme en palabra, en figura" (Roa Bastos, 165). Los pasquineros reproducen el secreto mejor guardado del dictador, la in-trascendencia (la materialidad) de la letra y el el discurso. La escritura resulta indigna en el dictador porque cada vez que articula un discurso, se da cuenta que su pretendido idealismo y misticidad, no es más que escritura: "Únicamente se puede hablar de otro. El YO sólo se manifiesta a través de ÉL. YO no me hablo a mí, me escucho a través de ÉL." (Roa Bastos, 159). La escritura desmantela el pretendido origen mítico y la omnipotencia de su palabra. El mismo dictador tiene plena conciencia del barco ebrio que comandaba, su pretensión de gobernar al país con nada más que "palabras, órdenes, palabras, órdenes, palabras" (Roa Bastos, 502). Cada vez que dictaba un discurso se hacía más escritura y menos mito.

La tensión escritural cuestiona la mayoría de las fórmulas escriturales estáticas, los bandos militares, estatutos constitucionales, las proclamas, y circulares del supremo. El mérito del texto-pasquín, es la subversión de los subtextos dictatoriales: "Así, la conversión del ritual en un ballet se acompaña de la traducción de todos los subtextos diversamente estructurados al lenguaje de la danza" (Lotman, 79). La discursividad del pasquín adquiere memoria y condensa información. Los subtextos congregados en él no son solo los ritos indígenas también están presentes todas las demás funciones textuales propuestas por Lotman: es un mensaje dirigido a un destinatario o un auditorio, reducido o amplio: los paraguayos o el dictador; es una memoria cultural colectiva, apela a una fórmula propia de los gobiernos de facto, dictaduras o democracias con vocación de dictaduras; es un trato con el lector en el que puede reconocer un texto "tradicional": el Decreto Supremo; es un texto que refiere al macro contexto cultural, persecución, silenciamiento y ausencia de voces disidentes.

La figura de Patiño es la que reproduce la dinámica escritural exhibida por la novela. A pesar de que ha sido adoctrinado: "Mientras tanto prepárate a esgrimir con ganas la pluma. Quiero oírla haciendo gemir el papel cuando me ponga a dictarte el Auto Supremo con el cual corregiré la mofa decretoria" (Roa Bastos, 167), el asistente no puede reproducir las ideas del dictado. La acción de dictar reafirma el carácter subjetivo y totalitario que adquiere el discurso anclado en las vaguedades de un único logos. La escritura de Patiño no le es fiel a la pretendida oralidad idealista del dictador. Su labor de secretrario introduce el veneno al saber metafísico, la farmacia que permite remontar la autoridad del padre, lo plagia, lo imita, lo descentra, lo revela como textualidad. Patiño "distorsiona", comenta y parodia con juegos de palabras el discurso del dictador, su oficio se funda en el error. Atentar contra el orden en la clave parricida de Patiño, es atentar en la frontera del lenguaje, su escritura. La condena a Patiño es la condena y presidio a la escritura que no imita ni está facultada para imitar. No obstante el dictador en su senilidad ya no reconocerá la presencia de la escritura. En la lectura de la petición de la viuda confunde la virtualidad del discurso escrito con la presencia del personaje. Es condenado al error, y no podrá pronunciar las fórmulas y las palabras apropiadas. Su hablar motivará el equívoco, introducirá palabras "impertinentes, extrañas malformadas, malinformadas", al igual que Patiño y los pasquineros, persiste solo como texto ficcional (como todo texto), como memoria: " YO soy ese PERSONAJE y ese NOMBRE. Suprema encarnación de la raza. Me habéis elegido y me habéis entregado de por vida el gobierno y el destino de vuestras vidas. YO soy el SUJETO PERSONAJE que vela y protege vuestro sueño dormido" (Roa Bastos, 480). En la agonía prima el devenir del lenguaje que por repetición, no la repetición conservadora que predicaba el padre-dictador, provoca el movimiento de la letra en la escritura.

La escena de la escritura ficcionalizada por Roa Bastos reafirma del carácter limítrofe de la novela y de la escritura frente al dominio de ritos e inmovilizaciones culturales. La escritura siempre apela a un sentido irreconocible para quien gobierna sobre repetidas hábitos, ritos y costumbres. De ahí la relevancia para el compilador, de autores como Sade y Raymond Roussel, otros versionadores y descentradores de regímenes de pensamiento. El límite entre ficción e historia, entendida como testimonio verdadera, se difumina en el texto, en favor de la primera. El relato aparece como la estrategia central para crear y modificar los modelos culturales, tanto oficiales como contradiscursivos. De tomos modos el terreno de disputa siempre será(n) el texto(s) múltiple(s) y heterogéneo(s).

Bibliografía
– Derrida, Jacques. "La farmacia de Platón". La diseminación. Madrid: Fundamentos, 1975.
– Lotman, Yuri. La semiosfera. Madrid. Cátedra, 1996
– Roa, Bastos, Augusto. Aventuras y desventuras del autor como compilador. Antrophos, pp. 13-16.
– Roa Bastos, Augusto. Yo el supremo. Madrid: Cátedra, 1987.

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French traveller, writer and translator, foolish of Latin Amarica!!!
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4 respuestas a «Traspasar las fronteras del Discurso y de la Escritura en «Yo el Supremo»», por Richard Astudillo Olivares, Crítica Cl., Santiago de Chile

  1. Eric dijo:

    El mejor comentario de la obra de Roa que me haya sido dado en leer desde hace años!!!! Por fin alguen se entera de las capacidades endotextuales y exotextuales de "Yo el Supremo": el Autor ya no lo es, el Texto se genera a sí mismo escenificando la Escritura, el Lector se vuelve definitavemente Creador!!!!
     
    Eric Courthès
     

  2. Richard dijo:

    saludos roabastianos, gracias por divulgar y apreciar este artículo que escribí hace tiempo, lo han rescatado de mi olvido, espero mantener contacto con ustedes, saludos richard

  3. Lo seguiremos comentando en abril, por la Cerro Korá, ch’amigo Richard!!!!

  4. Lo pongo en mi Facebook, amigo Richard!!!

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